Llueve
y el otoño da la bienvenida a octubre
con un suelo cubierto de hojas
que inevitablemente hablan de nosotros
en cualquier ciudad.
Posiblemente solo seamos el verso perdido
de un poema de amor de Sabines
o de la libreta expectante y soñadora
de algún joven poeta,
o del idiota de aquel rocanrol de Sabina.
No dejemos nunca que los tejados pregunten por nosotros,
por nuestra forma de alimentar al tedio
al no desnudarnos a besos en cada charco,
al no regalar caricias al banco del parque,
aquel cubierto de miles de promesas sin cumplir.
Pero por si al final,
nunca llegamos a existir,
sonríe ahora
y deja que cada primer domingo de otoño
te recuerde
que desde que te conocí
solo pude vivir en ciudades donde creciesen palmeras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario